Cuando en marzo del 2020 nos obligaron a parar cualquier movimiento fuera de nuestro hogar y nos confinaron en casa, condenados a permanecer en nuestras cuatro paredes, nadie estaba preparado para una interrupción tan abrupta de nuestras actividades laborales habituales.
¿Qué hemos aprendido durante todos estos meses de pandemia, restricciones y limitaciones a una libertad de movimiento que hasta entonces dábamos por hecho? Para empezar, nos hemos dado cuenta de que el ser humano, es un ser que se amolda rápidamente a las circunstancias y es capaz de adaptarse a una nueva situación en pocos días. Ordenadores portátiles, software para videoconferencias, organización telemática de los equipos de trabajo. Todo ello se montó velozmente y, aunque tardamos unos días en acostumbrarnos a las nuevas circunstancias, al poco tiempo ya habíamos encontrado cierta rutina en el teletrabajo.
El vermut digital con amigos y familiares pronto se normalizó. Las relaciones se volvieron telemáticas. ¿Qué podíamos hacer si no para seguir relacionándonos con “nuestra gente”? Y, mientras tanto, las familias hacían un esfuerzo titánico por compaginar el trabajo con hijos a los que les costaba prestar atención al profesor en pantalla y bebés que pedían a gritos la dedicación de sus padres.
Ahora, con un creciente porcentaje de la población vacunada y con las tasas de incidencia del virus a la baja, la impaciencia por volver a relacionarnos con los demás, en vivo y en directo, y de viajar después de tantos meses de estar encerrados en casa, aumenta. Está muy bien hablar por teléfono o vídeo con socios y colaboradores. Pero es mucho más gratificante compartir una experiencia con ellos, ya sea simpatizando en una sala de conferencias o compartiendo una comida en un restaurante. Como decía Aristóteles “El Ser Humano es un Ser Social por naturaleza”. Para estar a gusto e incluso poder sobrevivir en determinadas circunstancias, necesitamos sentirnos acogidos por una comunidad que nos apoye. Y una comunidad es un grupo de gente con la que compartes vivencias.
Si hay una lección fundamental que nos deja la pandemia, es que los viajes, las reuniones, los eventos, socializar y hacer networking es fundamental para que entendamos a la persona que tenemos enfrente, detectar qué “feeling” hay con ella. Para que podamos interpretar su lenguaje verbal y no verbal con el fin de colaborar de forma constructiva. Para que nos sintamos con la confianza de resolver conflictos y problemas laborales, pero también conectemos y juntos seamos más creativos para beneficio de nuestra empresa.
Disfrutemos, por lo tanto, con energía y ganas renovadas, de la paulatina apertura de las restricciones para volver a viajar y volver a relacionarnos. Y valoremos y vivamos con mayor intensidad y conciencia lo que, hasta hace poco, para nosotros se sobreentendía: la independencia de movernos geográficamente y de conocer nuevos entornos y culturas. Y la oportunidad de intercambiar opiniones y puntos de vista personales que nos enriquecen y abren nuestras mentes a nuevas ideas y posibilidades de colaboración laboral.